En el penal de El Dueso la vida era un poco más soportable que en los anteriores destacamentos. En el presidio cántabro Ramón también despertaba el deleite de los demás presos, con su ejemplo de conducta y su dedicación altruista. Demetrio Verdú, recluso que coincidió con Rubial, dio detalles sobre su estancia en el penal: “Ramón era muy querido en el penal. Además de ser un excelente trabajador, le estimaba mucho la gente. Allí había por lo menos dos compañeros que no recibían nada de fuera y comían de lo que les daba Ramón, porque el rancho… El Molinero y otro que había sido capitán de un barco. El Dueso era muy especial, muy grande, enorme. Tenía talleres, granjas, vacas, cerdos, cultivos diversos… Nos levantábamos a las ocho de la mañana. Ramón se duchaba todos los días del año, en invierno y en verano, con agua fría, claro… Los miércoles y los viernes podíamos recibir visitas, y allí íbamos con el clásico uniforme gris con rayas…  Éramos unos cinco mil reclusos. Con los políticos siempre hubo un buen trato. Además, como trabajábamos, nos sacábamos unas perras… Las comidas solíamos hacerlas –cocinábamos nosotros- en los talleres, en unos pucheros. Otras veces en el campo. Había allí unos huerticos con tomates, cebollas… Los domingos nos tomábamos unos vasos en el Economato y luego nos hacíamos una sartenada o una paella para el grupo. Ramón hacía muy bien el arroz con leche…”

Otro preso y militante socialista, Julio Collado, subrayó que El Dueso era un poco más llevadero que otros penales españoles: “Bueno, este penal también era mejor, aunque se seguía pasando hambre y había muertes por este motivo… Nos distraíamos más viendo el mar. Había trabajo en los talleres, en las huertas. Teníamos un director excelente. Se enfrentó a una monja por la comida que daban…”

En El Dueso, 1948

Ramón pasó 16 años en diferentes destacamentos penales. Instaurados a partir de 1940, estos trataban de emular a las concentraciones de trabajadores-presos de la Alemania nazi. La construcción más emblemática fue la del Valle de los Caídos. La vida se valoraba en torno a la “redención por el trabajo”. A través de las duras jornadas en las que estaban obligados a trabajar los reclusos, se recibían gratificaciones económicas o un leve recorte de la pena. Un día de trabajo en el penal solía recompensarse con la reducción de cuatro días de la pena total. La frase del director general de prisiones, el General Máximo Cuervo, es muy ilustrativa: “la cárcel tiene la disciplina de un cuartel, la seriedad de un banco y la caridad de un convento”.

Ramón Rubial nunca hizo alarde de haberse pasado 20 años de su vida en la cárcel. No le vio mérito alguno. Fueron veinte años durísimos, en los cuales mostró una gran resistencia física y moral. Mantuvo su dignidad e integridad política. Fue un hombre respetado no sólo por los suyos sino también por los funcionarios que custodiaron su falta de libertad. El 23 de agosto de 1956 salió de El Penal de El Dueso bajo libertad vigilada, una vez cumplida su condena. Hasta la fecha, estuvo trabajando de tornero. Antes de abandonar el centro penitenciario, su  director le pidió que se quedara como maestro oficial en el taller: “Al director de la cárcel –recordaba Ramón- tuve que decirle que aquello no era para mí, porque con mis años de prisión y mis ideas, iba a ser un problema para él. Jamás me negaría yo a hacer un favor a un preso y, mucho menos, iba a renunciar al activismo político… Aunque era una proposición tentadora, porque luego me costó muchísimo encontrar trabajo”.