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Ramón Rubial: Historia y Memoria
 
   
3.1    La represión franquista

3.2    Cronología carcelaria

3.3    El movimiento socialista en las cárceles

3.4    Emilia y Lentxu, su mujer e hija

3.5    La reorganización del PSOE

3.6    La vida en el Dueso

3.7    Balance de la cárcel
  3.5 La reorganización del PSOE
 

Mientras la mayor parte de los líderes socialistas permanecieron en el exilio intentado reorganizar el socialismo desde el exterior, Ramón Rubial y otros compañeros intentaron rehacer el partido socialista en el interior. Reorganizar la resistencia en las cárceles definió la primera fase; y articular la oposición política a la dictadura a partir de 1945, una vez concluía aquella dura etapa de exterminio físico de los disidentes, era el siguiente objetivo.

La Primera Comisión Ejecutiva de PSOE, 1944

En diciembre de 1944 fue trasladado del penal de Aranjuez a la Babcock-Wilcox, en Bilbao. Allí, disfrutó de un régimen penitenciario con más libertad de movimientos que en las cárceles anteriores y pudo, así, ejercer más influencia en las organizaciones socialistas del país. Él mismo describió el cercano contacto que mantuvo con los miembros del partido fuera del presidio: “(…) el funcionario se iba a dormir a su casa y no montaba guardia, con lo que ya podías hacer un poco lo que quisieras. Nada más llegar al destacamento vino a verme Manuel Garrido y me dijo que fuese a Bilbao a ver a la gente del Partido. A los pocos días ya formaba parte del Comité Central Socialista de Euskadi, del que era secretario Enrique Dueñas, administrador del Teatro Ayala, en cuyo local celebrábamos nuestras reuniones clandestinas. (…) También aproveché el tiempo haciendo contactos y fortaleciendo la organización en Vizcaya con gente que iba saliendo de las cárceles o que se encontraba al cabo de años de aislamiento”. Lo cierto es que estas acciones duraron unos pocos meses. En febrero de 1945, cayó la primera Comisión Ejecutiva del PSOE en el interior, presidida por Gómez Ejido, y tal como añadía Rubial: “En el año 45 estaba yo trabajando como preso en la Babcock y en ese año estaba constituida la Federación Socialista Vasco-Navarra. Ese comité fue detenido y con ella fueron desarticuladas 14 federaciones más.”

 

Carteles publlicitarios de la Babcock Wilcox

 

 

La fuga de la cárcel

La casa del militante Manuel Garrido fue registrada por la policía. En aquella vivienda, los agentes encontraron una nota que le delataba: “Rubial, armas”. Ramón había sido el enlace entre Bilbao y la resistencia asturiana. Zapico, presidente del Partido en Asturias, explicó que tuvo que ir a Bilbao a encontrase con Ramón: “Y allí me fui con mi mujer, a ver a Ramón Rubial. Ramón trabajaba en la Babcock y tenía bastante movilidad, salía a la calle, iba a casa. Estuve en su domicilio de Erandio y me entregó una maleta… Contenía armas para el jefe de la resistencia guerrillera asturiana, para el compañero Flores”. La policía franquista, que se había enterado de las ayudas de Rubial, se personó en la Babcock en su búsqueda. Ramón era consciente de su grado de implicación y del deseo de ser cazado por parte de la policía franquista. De esta manera y sin perder ni un minuto, se fugó del penal e intentó pasar a Francia. El mismo Rubial narró la artimaña empleada para huir: “Como estaba sobre aviso, cuando vi entrar en el pabellón al director de la cárcel de Larrínaga, Arturo Cebrián, el generalito, con la policía, me escapé por la puerta trasera. Desparecí de allí y me refugié en el Barrio de la Escontrilla, en San Salvador del Valle, y de allí, con un compañero maquinista, me fui, en un tren de mercancías, a San Sebastián, a esperar a un enlace que me iba a pasar a Francia con otros compañeros. Pretendíamos incorporarnos a la Brigada Vasca que iba a rendir el último reducto nazi en Francia. El 15 de mayo, con nieve, nos dispusimos a hacer el paso de la mano de un enlace excelente, José María Aizpurúa, El serpientes, que había sido guía reputadísimo, durante la guerra, del Estado Mayor del general Sagardía, y nos lo facilitaba el PNV… Pero el Serpientes estaba en connivencia con el famoso inspector Melitón Manzanas y nos vendió. Hubo una ensalada de tiros y nos cogieron como a conejillos… Eso fue en Alcíbar, un barrio de Oyarzun”. Ramón Rubial fue detenido y encarcelado en la cárcel donostiarra de Ondarreta.

En 1945 es trasladado al penal de El Dueso, en Santoña: “El 28 de octubre, el día que cumplía treinta y nueve años, llegué a El Dueso. Me esperaban doce años de encierro. Al principio me tuvieron muy vigilado porque en mi expediente destacaba en letras rojas: «¡Fuguista!»”. Ésta fue la última cárcel dónde estaría Ramón, hasta el 23 de agosto de 1956, día en que saldría bajo libertad vigilada.

 

 

 

Rubial cuenta su huída y detención

"Evasión"

Cárcel de Ondarreta, Gipuzkoa
 

El socialismo en el interior

En El Dueso, Ramón y sus compañeros pusieron en funcionamiento otra organización socialista. Julio Collado, militante que coincidió con Rubial en la cárcel de Cádiz, destacó su grado de sacrifico y responsabilidad por la causa común: “Había conocido a Ramón Rubial en el penal de El Puerto de Santa María y me lo volví a encontrar en El Dueso. Después de jugarse la vida en Cádiz haciéndose responsable de la organización, en Santoña volvió a reunir a los socialistas a su alrededor. Hicimos una organización perfecta, mejor que las de fuera…”

Este tipo de organizaciones no nacieron para morir en la cárcel. Tuvieron voz hacia los demás militantes que estaban en el exterior. Si bien les ayudó a mantener la llama del optimismo ante un futuro incierto mientras estaban entre rejas, al momento de recobrar la ansiada libertad el trabajo organizativo en la cárcel se vertería por las calles dotando de oxígeno a las conciencias democráticas. La lucha seguiría bajo pseudónimos, engaños y persecuciones, pero la fidelidad hacia un ideal era ya indestructible: “Toda esa serie de cosas –las organizaciones dentro de la cárcel- como los servicios que nosotros montamos en el interior de la cárcel nos sirvieron extraordinariamente. Y tanto es así que, después de recobrar la libertad, se pudo recuperar esos nombres para la organización clandestina y a través de ellos se crearon las agrupaciones y las federaciones del Partido en toda España. De manera que para mí nunca perdí la ilusión de que al volver a recuperar la libertad, trabajando naturalmente, la íbamos a volver a conseguir para todos”. (Ramón Rubial, 1996)

El movimiento socialista inyecto así a los presos una fuerza de espíritu que les permitíó sobrevivir a la desmoralización de haber perdido la guerra, de enfrentarse a un futuro incierto dentro de las cárceles y, sobre todo, a una dictadura que aplicaba una dura política de exterminio hacia los perdedores. La incerteza y miedo del día a día eran combatidos por medio de la cohesión y la supervivencia de los ideales. Ramón Rubial dotó así a la organización socialista de un sentido material, pues había que sobrevivir físicamente, y también de una fuerza moral a la que agarrarse en momentos de enorme vació existencial. Persistía la necesidad de seguir luchando por aquellos ideales. No podían permitir que el sentimiento de derrota se apoderara de aquellos militantes utópicos e idealistas.

El carisma de Ramón: resistencia y fuerza moral

En 1945, fue llevado de la cárcel de Ondarreta a la de Larrinaga, en Bilbao. Allí, Ramón prosiguió su lucha contra la injusticia: “En la cárcel de Bilbao no se me ocurrió más que iniciar una huelga de hambre de siete días, porque el director, el generalito, había quitado unas prendas interiores de abrigo a unos compañeros diciendo que «Perón nos manda barcos de sol, cargados de primavera…». Luego me arrastran a Ocaña, donde permanecí desde el 16 de abril al 18 de julio de 1945 en una celda de castigo”. Ramón se solidarizó con los presos maltratados. Lentxu, su hija, completó las causas de su castigo: “Mi madre estuvo algo así como dos meses sin tener noticias suyas, porque estaba en una celda de castigo a cuenta de una huelga de hambre, porque sacaban a la gente medio tuberculosa, sin abrigo, sin ningún tipo de fortaleza física, al patio, a hacer gimnasia a las cinco de la mañana, nevando y en camiseta… A mi padre le incomunicaron en una celda y, aunque parezca mentira, le tuvieron con el mendrugo de pan y el vaso de agua…”  Lentxu cuenta cómo se las ingeniaba su padre para superar el periodo de su aislamiento en la celda de castigo de Ocaña: “Se dedicaba a dar paseos en diagonal por la celda, para no marearse. Creo que solamente le dejaban salir un cuarto de hora al patio, que aprovechaba para recoger cerillas gastadas, de las antiguas de cera, y con ellas fue dando lustre al suelo de la celda… Siempre fue sumamente ordenado y limpio y nunca dejó, ni en las mañanas más frías de Ocaña, de darse su ducha con agua no precisamente templada… Tenían chinches a montones. Mi padre les pintaba un círculo de tiza alrededor y de allí no salían. O hacía una raya de tiza rodeando la cama y las chinches no pasaban… Ocurría que se iban por las paredes y caían desde el techo”. Casi tres meses más tarde, el 18 de julio, con motivo del aniversario del Alzamiento Nacional, fue devuelto a la Babcock-Wilcox.

Ramón tenía una capacidad de seducción y carisma muy potentes. Predicando con el ejemplo, no le costaba convencer a los otros reclusos para que formaran parte de la lucha común. Así lo contó Julio Collado, con quién convivió en los últimos años de cárcel en El Dueso: “Ramón gozaba allí de un prestigio enorme. Como persona, como compañero y como trabajador. Como persona era muy inteligente y alegre, un «cachalote (sic) fenómeno», como dicen los vascos. Todo lo que yo pueda decir será poco… Como compañero, el primero. Donde quiera esté se hará responsable de todo, aún jugándose la vida. Como trabajador, extraordinario. Me acuerdo que se le rompió el cigüeñal a un barco con un motor de cuatro cilindros. La pieza no se encontraba, ni en Bilbao ni en ninguna parte. Bueno, pues Ramón, allí en el taller del penal, con unos tornos corrientes, se puso a hacer la pieza más difícil. Se tiró como dos semanas trabajando sin parar y lo consiguió. Pasó mucha gente de Santoña por la cárcel a ver la pieza, porque no se lo creían… Se lo pagaron miserablemente. ¡Le dieron diez duros…!”  


Rubial recuerda la huelga de hambre que hizo durante una semana como protesta con solidaridad con los demás presos de Larrinaga

Ramón era un autodidacta, desde muy joven arraigó el afán de hacerse a sí mismo, allí dónde estuvo no perdió el tiempo ni el buen humor. Demetrio Verdú, recluso socialista que coincidió con Rubial, incidió en el afán propagandístico de las organizaciones de los muros hacia afuera: “Ramón era una persona extraordinaria, muy alegre, con una gran simpatía personal. Leía y estudiaba mucho. Estaba en contacto con media Europa, aun permaneciendo allí encerrado. Recuerdo que teníamos una radio escondida en la cabina del cine, la controlaba un tal Benjamín, y luego difundimos entre los compañeros las noticias de las emisoras extranjeras sobre España.”

Tras la fuga de la Babcock, Ramón, encarcelado en Ondarreta, volvió a coincidir con Juan Iglesias, un socialista guipuzcoano que había conocido estando presos en el Altuna-Mendi, en 1934; Iglesias sería un militante clave en la lucha clandestina a partir de los años 50. Juan Iglesias describió el reencuentro carcelario con Ramón Rubial: “Llego a la cárcel y me encuentro a Ramón con su famosa lata de comida, una lata de galletas. Bueno, todos los presos, cuando llevan mucho tiempo, tienen una lata donde se guardan las cosas para su conservación… Ramón siempre estaba bien de ánimo. Parece que le estoy viendo, con su buzo azul, tranquilamente, su pelo rapado, sereno… y eso que sabía perfectamente que se había constituido el Tribunal de Represión contra la Masonería y el Comunismo, cuyo primer presidente era Dositeo de la Iglesia… Te jugabas la vida… Con los antecedentes que tenía Ramón, la confianza era nula, aunque sí esperaba la muy pronta caída de Franco”.

Ramón luchó contra el tiempo con lo que tenía más a mano; por medio de la fe en uno mismo, la paciencia y la lectura. Su hija, Lentxu, destaca una de sus aficiones más curiosas: “Incluso leía cada día el diccionario, con ello, mi padre, adquirió una gran riqueza de vocabulario. Usaba expresiones poco comunes, cultas y entrañables a la vez.”

 

 
 
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