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Ramón Rubial: Historia y Memoria
 
   
2.1    La insurrección de Jaca y el fervor republicano

2.2    La lealtad a la República

2.3    Emilia, la mujer de su vida

2.4    La Revolución de Octubre de 1934

2.5    La Guerra Civil: miliciano y brigadista 

2.6    Caída del Frente Norte y detención

  2.4 La Revolución de Octubre de 1934
 

Impedir el estado fascista

“No había más camino que la insurrección para cerrar el paso al fascismo” (Ramón Rubial, 1996).

En Octubre de 1934, los sindicatos UGT y CNT y miembros de algunos partidos de izquierdas se rebelaron contra las medidas del gobierno de la CEDA. El 5 de octubre hubo una huelga general en Bilbao; grupos organizados de trabajadores se armaron y se hicieron con dos emisoras de radio para comunicar las directrices. Rubial participó en aquella insurrección convencido de que era un freno necesario a la avalancha fascista que padecía Europa durante aquellos años:

 
"Se tuvo que cortar el paso al fascismo"
 

“Francamente habría que situarse en el momento en que aquello se produjo para poder enjuiciar el hecho y decir con fundamento si la propensión a quedarse callados era preferible a hacer un gesto de sacrificio como lo hicieron los austriacos meses antes en febrero, con Dollfuss que poco a poco fue anulando todos los avances sociales que los austriacos tenían. Eso nos sirvió a nosotros de precedente. Pero aparte de eso, hubo un llamamiento al orden de Prieto, por mandato del Grupo Parlamentario Socialista, en pleno hemiciclo del Congreso a Alcalá Zamora, advirtiéndole que si daba entrada en el Gobierno a la CEDA que no había jurado la Constitución, el Partido Socialista declaraba la revolución. (…). El sacrificio que hicimos los socialistas por la libertad posiblemente nadie lo valora”.

Ramón Rubial nunca renegó de haber tomado parte en el levantamiento. En una entrevista a los 72 años, reivindicó el sentimiento que le impulsó a movilizarse:
 “Yo he sido dentro del movimiento juvenil socialista un hombre al que le cautivaba la teoría de la insurrección armada, un enamorado de las revoluciones clásicas, en las que el poder era conquistado por un hecho insurreccional”. (Ramón Rubial, El Pais, 19 de febrero de 1978)

Los insurrectos erandiotarras estuvieron bajo las órdenes de Ramón Rubial. José Hurtado, recordaba cómo empezaron a dominar la situación y resaltaba las dotes de líder de Ramón: “Ramón era nuestro jefe, el que trataba con los de arriba. No creo que en ningún lado hubiera jefe tan respetado como Ramón. Lo mandaba Ramón, y hasta el final… Era demasiado bueno y tenía mucho corazón.” Ramón Rubial, que a sus veintisiete años ya era secretario de las Juventudes Socialistas de Erandio y miembro de la Comisión Ejecutiva del Sindicato Metalúrgico de Bizkaia, recibía las instrucciones que provenían de los jefes de la villa: “En Erandio se cumplían las consignas que yo recogía en Bilbao. Nadie sabía con quién hablaba; simplemente llegaban las órdenes y se cumplían. Mis contactos nunca los he rebelado, aunque no me importa decir que uno era el que luego sería último ministro de la Gobernación con Negrín: Paulino Gómez Saíz. Con Indalecio Prieto tuve poca relación”.

Los insurrectos de Erandio

Aunque estaban muy convencidos de sus objetivos y tenían una voluntad férrea, aquellos jóvenes rebeldes carecían de experiencia militar. Así lo destacaba el testimonio de José Hurtado: “La primera noche de la revolución aquella la pasamos en la Casa del Pueblo. Nos traen unas pistolas… Un desastre, una porquería. No mirábamos nada si estábamos metiendo la pata. Estábamos ciegos. (…) Ocupamos el pueblo. Los guardias de asalto pasaban por la ría… Aquí no había Guardia Civil. Hicimos una porquería de bombas, que luego fallaban. Yo cortaba los tubos… Levantamos las vías del tren… Gracias a un carabinero muy bueno, Vidal, nos enteramos de la llegada de los guardias de asalto y supimos también que estaba entrando el Ejército por el monte por los chicos de Erandio que estaban en Caballería”. (Ramón Rubial, 1986)

El arsenal de los jóvenes erandiotarras era muy rudimentario. El ejército, que no tardó en desplegarse por Bizkaia, sufocó por completo la sublevación. Ya de mayor, Ramón Rubial hizo un pequeño balance de lo acontecido: “Nos hicimos dueños del pueblo. Erandio ya tenía unos doce mil habitantes en aquella época… Los medios con que se contaba eran rudimentarios y con escasa potencia de fuego. Escopetas de caza y explosivos de marca casera confeccionados en talleres y fábricas. Su manipulación costó la vida a Wenceslao Simón, así como a otro hermano suyo, Nazario, torturado y muerto por un teniente de las fuerzas de asalto… La guía de la acción consistía en adueñarse del pueblo que se tenía asignado. Conseguido el objetivo, se debía organizar la marcha para la toma de edificios públicos de la capital. La columna no llegó a ponerse en movimiento por haber recibido una orden del Comité Revolucionario indicando que el personal se detuviera, un tanto oculto, en los lugares donde la orden había sido recibida. Más tarde llegó otra indicación para que nos replegásemos al lugar de origen… Tuvimos un contacto muy simpático y muy cordial con la fuerza de carabineros. Tan ingenuos éramos que no queríamos forzarles para que nos entregasen las armas, cuando en un instituto armado es inconcebible que un soldado no defienda el fusil. El teniente nos dijo: «No hagan ustedes eso, porque me obligan a mantener la disciplina por la fuerza y no quisiera disparar contra el pueblo…». Después de unos días de espera, el Ejército hizo su aparición y con una operación policiaca, tomó el pueblo. Un regimiento de Caballería al mando del comandante Gavilán, entró a saco en las viviendas, quemó los enseres de la Casa del Pueblo y se ensañó esencialmente con los libros de la biblioteca…” (Ramón Rubial, 1986)

Al igual que tantos otros que participaron en la insurrección, Ramón Rubial fue detenido. Pero el arresto se debió a su lealtad a sus compañeros. Su correligionario Hurtado contó todo lo sucedido: “Un día había un jaleo tremendo en la plaza del Ayuntamiento. Los policías, sin saber qué hacer. Querían quemar al alcalde, Benito Casal, que era de Reus, y había sido designado por el artículo veintinueve… Llega Ramón y me dice: «Oye, Josetxu, diles a esos idiotas que se larguen». Sacamos al alcalde, al juez, al secretario, medio a escondida, y cuando íbamos con ellos veo que alguien saca una pistola del seis treinta y cinco desde un escondite y pega un par de tiros… Acaba aquello y detienen a Rubial. Y me viene el padre a ver, para ver si podía hacer algo por su hijo, ya que uno de los policías vivía en la casa de mi abuela. Me fui junto al policía, se lo digo, y me contesta: «Vale, si me dices quién ha pegado los tiros, sacamos a Ramón». Yo lo sabía, sabía que había sido el piloto, pero no podía dar el chivatazo… Ramón se hizo responsable de todo y pagó por todos. De los detenidos de Erandio sólo condenaron a Ramón y a Gerardo Zárraga, que cumplieron en el Dueso hasta la amnistía del 36. Cuando los soltaron, el recibimiento en Erandio fue apoteósico, tremendo.”


La Vanguardia, 1 de noviembre de 1934. Detención de Ramón Rubial (“Simón Rubial”).

 

Ramón y un millar de detenidos fueron encarcelados en el barco de la compañía Sota y Aznar Altuna-Mendi, atracado en Axpe, Erandio. Una vez recluido, Rubial conoció a un joven socialista con el que luego tendría una intensa relación durante su activismo clandestino bajo la dictadura franquista: Juan Iglesias. Al cabo de unos meses, Rubial fue trasladado al penal de El Dueso, en Cantabria, con una condena de seis años y ocho meses. El 16 de febrero de 1936, tras el triunfo del Frente Popular, se decretó la amnistía.

“Yo no me arrepentí, ni me arrepiento de aquella acción”

Para él, los episodios de Octubre de 1934 no se trataron de una simple hazaña de jóvenes apasionados: “La organización del movimiento no estaba motivada por una frivolidad, ni por una concepción irresponsable, obedecía a unas circunstancias, a unas realidades históricas como lo pone de relieve el volumen y dimensión de los sucesos de octubre, en particular en Asturias y Cataluña y con menos trascendencia en el resto de España, pero sobre todo la victoria de febrero a los dieciséis meses de la derrota”. (Ramón Rubial, 1996).
Ramón Rubial sentía una fuerte admiración hacia el pueblo asturiano y enalteció las intrépidas acciones llevadas a cabo por las clases populares. “Asturias ofrece páginas exaltantes en la historia revolucionaria de nuestro movimiento obrero y pudiéramos decir internacional”. 
(Ramón Rubial, 1996)

El romanticismo que llenó las conciencias de los rebeles colisionó con la eficacia  la eficacia de los militares profesionales. Las diferencias entre el Ejército Nacional y las milicias populares eran innegables; así lo subrayaba Ramón Rubial recién inaugurada la democracia en España (1978): “Hechos tan evidentes y tan cruentos como la Revolución de Octubre del 34, que tuvo repercusión máxima en Asturias y que con el apoyo de una huelga general en todo el Estado español apenas si pudo mantenerse once días, me han hecho ver la enorme diferencia que existe entre el poder de las armas militares, que hoy posee cualquier ejército por mal dotado que esté, y la capacidad que en el orden bélico puede tener un movimiento obrero. La diferencia potencial entre una fuerza y la otra convierte en imposible el éxito”. (El País, 19 de febrero de 1978)
Al cabo de los años, Rubial siguió teniendo muy claro que rebelarse contra el Gobierno central fue un sacrifico y un deber necesario a favor de la libertad:

 

 
 

El Altuna Mendi, en Axpe, Erandio

Cartel por la amnistía de los presos de
Erandio tras la sublevación de 1934
 

“Octubre nos costó 30.000 presos, pero éstos representaron el motor que motivó la superación del sentimiento revolucionario de las masas de la clase obrera, de una opinión pública que, a los dieciséis meses de la forja la victoria política del Frente Popular el 16 de febrero de 1936, reconquistando la República, cortando el paso al fascismo”. (…) Yo no me arrepentí, ni me arrepiento de aquella acción. El partido dictó una orden y como militante la cumplí. Tenía entonces 28 años. Me costó 18 meses de cárcel, pero en fin, los pasé a gusto cuando se cumple con el deber.” (Ramón Rubial, 1986)

 

 
Ramón y compañeros, habiendo salido de la cárcel, en 1936

 

 
 
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